lunes, 7 de septiembre de 2009

Creatividad, Percepcion, Contemplacion y Vision

El conocimiento directo o inteligencia del corazón es el espejo donde la Unidad se contempla sólo a sí misma en su pureza. Esta pura receptividad es la verdadera creatividad, pero para acceder a ella hemos de cultivar el suelo a fin de que las energías del cielo la fecunden. Aún las disciplinas más contemplativas, como el budismo Zen, requieren para ser aprendidas correctamente, que el intelecto sea desarrollado hasta su límite. No basta dejar de pensar, sino pensar correctamente usando el intelecto de una manera menos limitada, librándolo de sus hábitos asociativos, llevándolo al límite donde las palabras y pensamientos cesan y las ideas puras permanecen; ideas que Son por esencia dinámicas. Cuando aparece la paradoja no ha de ser paralizada por soluciones intelectuales sino permanecer en una actitud mental dinámica que dé cabida al nacimiento del lenguaje simbólico, lenguaje ambivalente que reúne en sí mismo la paradoja.
Los lenguajes simbólicos locales, que para no confundir con los verdaderos símbolos llamaremos "conceptos", tienen la particularidad de ser fijos, y son por ello el alimento adecuado para el pensamiento racional y analítico, donde algo no puede ser y no ser al mismo tiempo. Este pensamiento es la inversión de la conciencia de la Unidad, sustituyéndola por la uniformidad, y a lo permanente por lo fijo.
Aunque la conciencia ordinaria es altamente selectiva, con el propósito de que nos proporcione los datos necesarios para la supervivencia mecánica, y nos proteja de ser confundidos, no es una herramienta adecuada para comprender el símbolo. Cada facultad cognoscitiva constituye los límites de un orden de realidad diferente, y cada orden requiere que sea desarrollado el órgano correspondiente de percepción. 0 pudiera decirse a la inversa: la creación del órgano permite recibir la clase de ondas vibratorias de la misma frecuencia, y desplegar ante nosotros un mundo que entonces conocemos. Somos lo que conocemos: los límites de lo conocido los dicta nuestra propia conciencia. Acceder a un cielo, o estación espiritual, es despertar la facultad cognoscitiva correspondiente.
Para expresar el contenido de la conciencia ordinaria reducida, el hombre ha elaborado sistemas conceptuales y lenguajes locales. Podría decirse que la simbólica es un lenguaje universal donde se puede expresar cualquier individualidad.
El lenguaje simbólico guía las facultades humanas desde la percepción a la visión; desde la facultad de relacionar, pasando por la capacidad de ver equivalencias, hasta llegar al pensamiento analógico. La analogía se basa en la armonía de una misma vibración resonando en dos o más niveles, y como es un vínculo que se da a sí mismo al tiempo que a los términos que une, realiza la unión más completa.
El trayecto del conocimiento de sí, con la ayuda del mapa cosmológico de la simbólica, es un trabajo de purificación ya que va limpiando la forma de las impurezas que le impiden entonarse con otra forma superior, y va desarrollando la intuición que es la facultad necesaria para entrar en la visión de la Unidad de todas las cosas. La contemplación consiste en mezclarse con ellas en las profundidades maternales de la naturaleza, en la quietud donde nos volvemos conscientes de la radiación desde "dentro". Por la luz de la conciencia, o intuición, vemos la unidad de todo lo creado, o aspecto trascendente; por el reposo en la contemplación y la vuelta al origen vemos la unidad en el corazón de cada criatura o aspecto inmanente. Armonizarse con ambos, con el movimiento y con el reposo, es entrar en la corriente común del cielo y la tierra. La experiencia contemplativa se integra entonces en la conciencia unificada del que medita. El que comprende ambos procesos se mueve en la absoluta Realidad y la reflexión inmediata le llena del espíritu creativo.

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